Hoy no hablaré de parafilias, solo dejen evadir su mente, liberar su imaginación y disfrutar de la perversión que a continuación se relata.
Ruido, luces nocturnas,
farolas encendidas, carteles publicitarios, la débil luz de estrellas lejanas,
una inmensa Luna que de vez en cuando se deja ver entre las nubes purpureas de
un cielo oscuro…
Calles húmedas, el
estrambótico ajetreo del tráfico, los semáforos cambiando lenta y
paulatinamente.
Tres de la mañana.
Una joven descalza dibuja
eses deformes por la acera en plena ciudad, con los tacones en la mano. Un
vestido negro de espalda descubierta deja entrever sus tatuajes, su silueta, su
piel erizada, pues el contacto del suelo frío bajo sus pies descalzos hace que
toda su piel se erice.
Demasiadas copas, piensa
mientras camina, demasiados gilipollas en el último garito.
Malditos tacones.
Malditos taxis. Maldita ciudad.
Sigue caminando sin rumbo
fijo, buscando un taxista que la pare, que la escuche, que la haga un mínimo de
caso. Se detiene y busca torpemente su tabaco, el último cigarro del paquete de
Marlboro, por el cual le han cobrado cinco putos euros. La vida es una estafa,
piensa mientras busca el mechero. ¿Y su mechero? Mira al cielo irónicamente y
maldice la noche y sus habitantes. No tiene el puto mechero.
Quiere fumar, pero no ve
a nadie en la calle. Mira a los lados… atrás… nadie. Sigue andando descalza, notando la frialdad
del suelo, con el cigarro en la mano, deseando poder darle una calada, calmar
sus nervios, su frustración, encontrar un taxi, irse a casa, ducharse y dormir.
A lo lejos ve un hombre,
un hombre fumando, ¿Y si es un violador?
¿Un perturbado? Da igual, necesita fumar.
Acelera el ritmo,
descuidando sus pisadas. Se acerca, alza sus pies de puntillas y toca su
hombro.
¿Perdona tienes fuego?
El hombre la mira con
desdén. Una sonrisa se dibuja en su cara.
Claro princesa, aquí tienes.
Saca el mechero del
bolsillo de su pantalón ajustado y lo enciende, iluminando el perfil de la
joven.
¿Qué hace una princesa tan sola a estas horas de la
noche y por aquí?
El hombre no deja de
sonreír mientras guarda el mechero.
Me has salvado. Gracias, de verdad, necesitaba fumar.
No me has contestado.
Sonríe y despídete, se
dice a sí misma, mientras se da cuenta de que ese hombre tiene pinta de ser un
jodido perturbado, pues su voz suena autoritaria.
Bueno, me tengo que ir, me están esperando. Gracias
por darme fuego. Hasta luego.
Se gira. Un grave error
por su parte. El hombre agarra su brazo y la arrastra hacía él. No tiene tiempo
de reaccionar, la agarra con sus brazos, aprieta su pecho y su miembro contra
ella, huele su pelo, su cuello.
¡Suéltame!
El hombre sigue oliendo
su pelo, lame su cuello y se desplaza lentamente hacia un lado para apoyarse en
la pared. Está agarrada de tal forma que es incapaz de moverse, por mucho que
se revuelve no consigue soltarse. Ese hombre, ese loco, tiene una fuerza
descomunal.
Me va a matar, piensa, mientras
el pánico se apodera de ella.
¡Socorro! ¡Qué alguien me ayude! ¡¡ Socorro!! ¡¡ Por
favor ¡!
Calla, princesa, calla.
El hombre no eleva la
voz, habla casi en un susurro, tapa la boca de la mujer con delicadeza mientras
con el otro brazo aprieta más con más fuerza,
cuerpo con cuerpo.
Eres tan pequeña y delicada, eres como tienen que ser
las princesas…
La joven mira a aquel
hombre aterrada, no sabe qué esperar, no entiende la situación… Pero comienza a
notar a la altura de la curva de su espalda el miembro erecto y duro del
hombre, que cada vez la aprieta más fuerte.
No deja de oler su cuello
y su pelo, no la toca en ninguna parte, sólo la huele y aprieta con fuerza.
Vas a hacer lo que yo te diga, ¿Verdad? ¿Vas a ser
buena conmigo?
No puede hablar, pero
asiente, las lágrimas comienzan a caer de sus ojos asustados.
Sólo espera la
oportunidad y sal corriendo, se repite automáticamente una y otra vez. Sal
corriendo.
Camina conmigo, vamos al coche. Te voy a llevar a mi
reino, princesa.
El hombre deja de apretar
su pequeño cuerpo y libera la boca.
Ella intenta salir
corriendo, pero se escurre en el pavimento mojado, cae de rodillas e intenta
incorporarse deprisa para poder escapar de aquel perturbado.
No lo consigue.
El hombre la agarra de la
pierna, haciéndola caer de nuevo torpemente al suelo, ensuciando su vestido,
raspando sus rodillas.
La arrastra hacía él, se
sube encima de ella, agarra su cuello, sus hombros y se pone cara a cara con la
joven que le mira aterrada.
No es capaz de pronunciar
palabra, su pecho sube y baja a un ritmo desenfrenado, las rodillas le arden.
¡Torpe, torpe, torpe!,
acabas de perder la única oportunidad que tenías, se reprocha por dentro.
Eso no lo hacen las princesas. Lo que tú acabas de hacer lo hacen las rameras. ¿Acaso me has querido engañar? ¿Eres en realidad una sucia mujerzuela? Sabes…Yo sé cómo tratar a esas mujeres de mala vida…
Retira un mechón de pelo
de la cara.
Se levanta de encima de
ella, hace lo mismo con el cuerpo de la mujer pero sin delicadeza alguna, mira
con frialdad sus ojos asustados.
Sonríe de nuevo, esta vez
con malicia.
Su rostro ha cambiado…ha
tornado a un gesto de maldad.
Agarra sus pequeños
hombros y la empotra con dureza en la pared. La besa, pese a que ella no le
responde y cierra los labios, él sigue besando su cara, y a fuerza de lengua
consigue penetrar en su boca.
Con el antebrazo sujeta
su cuello, casi ahogándola. Lame su mano libe con ansia, y de una patada abre
las piernas de la mujer descalza…
No por favor, no me hagas nada.
Las rameras como tú por lo único que suplican es para
que le metan la polla bien dentro, y eso es lo que voy a hacer, pero todo a su
debido tiempo.
Me va a matar.
Maldito mechero.
Con la mano humedecida
por su saliva, separa los muslos de la joven, que ahora tiemblan de miedo,
aparta el tanga e introduce sin piedad alguna, tres de sus cinco dedos, índice
corazón y anular.
Duele. Su interior se
desgarra y se dilata a la vez.
Mueve sus dedos dentro de
ella, los mete y saca sin dejar de mirar su cara. Ella tiene los ojos cerrados,
sus lágrimas brillan bajo la luz tenue de las farolas.
Su cuerpo vibra. Siente
cómo sus dedos la destrozan por dentro.
¡Basta!
¡Cállate, puta!
El hombre aprieta más su
antebrazo, casi ahogándola, hundiendo su pequeña y delicada nuez.
Se relame la mano,
disfruta del sabor que ha dejado en ella el interior de la mujer. Chupa uno a
uno sus dedos. Saborea el jugo blanquecino y pegajoso que en ellos hay.
Agarra su delicado cuello,
ahora ya enrojecido por la presión ejercida y hace que camine calle abajo. Giran
a la izquierda y se meten dentro de una callejuela en penumbra.
¿Y mis tacones? Piensa
mientras camina a trompicones. No seas absurda, vas a morir, ¿Qué importa que sea descalza?
No quiero que nadie vea lo que te voy a hacer, sucia
ramera.
Sus muslos están húmedos,
pues aunque no ha disfrutado, su sexo se ha humedecido de tanta sacudida
interna. Los nota pegajosos.
La empuja con tal fuerza
que cae, raspándose de nuevo rodillas y brazos, de tal manera que se hace
sangre, y nota el escozor de las heridas.
Sin dar a su víctima tiempo
a levantarse, el hombre agarra sus tobillos y gira su cuerpo, se sube encima de
ella, y comienza a reírse a carcajadas, como un desquiciado.
Me va a matar, se repite ella
de nuevo.
Toca sus pechos, y hace
fuerza con sus piernas para que no pueda escapar. Pellizca sus pezones, duros
por el frío del pavimento en su espalda, por el miedo, por la… ¿excitación?
Se acerca a ella y lame
su cara. Un sentimiento de asco llena a la mujer, que usa los brazos para
apartarle e intentar quitarse de esa posición.
Una bofetada, tan fuerte
que hace sangrar el labio superior, crea eco en la callejuela, pero nadie puede
oírlo, se encuentran solos.
No te resistas, no se servirá de nada.
¡Basta! ¡Basta! ¡Puto Loco! ¡Por favor! ¡Basta!
Suplica cuanto quieras, eres una ramera y pagarás tu
engaño.
El sonido de un coche a
lo lejos hace que el hombre mire para atrás. En ese momento, ella araña su cara
y se retuerce de tal manera que casi puede soltarse de la prisión de sus
piernas.
¡Maldita zorra!
Agarra sus muñecas con
una sola mano, ejerce una fuerza descomunal.
Aun nota el escozor de
sus rodillas por la caída anterior. El pánico empieza a apoderarse de ella, no
sabe qué hacer.
Con la otra mano el
hombre se desabrocha el botón del pantalón y baja la cremallera, no lleva ropa
interior, lo cual le hace más sencillo liberar la bestia interna.
Me va a follar y después
me va a matar…
Maldito mechero.
Con la mano libre, abre
las piernas de la mujer y con sus rodillas hace de tope para que pueda
cerrarlas.
¿Ahora qué, putita? ¡Ahora qué!
Por favor…
Escupe en su mano y lo
restriega por su falo duro, grueso y venoso, lo coloca en la posición adecuada
y acaricia la cara de ella.
Cuando menos lo espera…
ZAS.
Se introduce bruscamente,
tanto que el pequeño cuerpo de la mujer parece vibrar en la embestida y el
asfalto araña su espalda por la violencia de la misma.
Grita con un gemido de
dolor, pues su sexo no está preparado para tal acometida.
Él se excita aún más, y
muerde su cuello. Se queda dentro, notando el calor de su sexo, notando cómo éste
se dilata por la dimensión de su miembro, que cada vez va creciendo más y más
dentro de ella.
Lágrimas cristalinas
recorren la faz de la mujer.
¿Te ha gustado, putita?
Por favor…
El hombre sigue
embistiendo el cuerpo de la pequeña joven, una y otra vez. A cada arremetida,
un nuevo grito, dolor y excitación.
Gritos y gemidos se
unifican.
Sale de ella. Se está haciendo
daño en las rodillas. La levanta con una sola mano.
Las piernas de ella
tiemblan. Sus muslos están mojados. Su sexo húmedo y chorreante.
El hombre se dirige a la
pared y empuja a la mujer hacia ella. Se coloca detrás suya y curva su espalda.
Una espalda roja y
herida.
Maldita la hora, piensa.
Maldito mechero.
Abre de nuevo de nuevo
sus piernas forzosamente, pues ella aún se resiste. Agarra sus brazos con una
mano y los apoya en la pared. Con la otra, coloca su glande en el núcleo
abismal de la mujer para después rodearla con sus brazos y embestirla
nuevamente.
El cuerpo de ella se
curva, se eriza, se resiente. El de él…disfruta.
Mete primero el capullo,
haciéndolo girar en círculos y después termina la embestida con dureza.
Ella grita. Siente como
si el mismo demonio estuviese poseyéndola en aquella callejuela.
Continua metiéndola sin
ningún problema, pues la lubricación va mejorando a cada metida. El sonido que
produce le excita y enfurece más.
Te gusta, ¿eh, puta?
Ella no contesta, sólo
intenta respirar, pues cada vez le resulta más costoso.
¡Contéstame!
Se introduce más fuerte,
con más potencia, agarrando su pecho con ira. Da una cachetada sonora en su
nalga, dejando la marca de los dedos. Se queda dentro.
Se mueve en círculos. Le
encanta.
Basta…por favor…por favor…
¡Cállate!
Aún dentro de ella, lame
su espalda.
Sus piernas pronto cederán,
no aguantan más tensión. Las embestidas de aquel perturbado la están
destrozando. Pero no puede evitar, muy en su interior, disfrutar un poco.
Quiero que me la comas.
Pone a la mujer de
rodillas, agarra su cabeza y empieza a ahogarla con su falo erecto.
Se la mete hasta dentro,
haciendo que ella salive en exceso, que haga sonidos guturales, casi de asfixia, que incluso le den arcadas.
Sus ojos se encharcan de lágrimas. Su cara se pone roja.
Se ahoga con su escroto.
¿Ves como eres una ramera? Las princesas no comen pollas. No así. Quiero
correrme, pero dentro de ti.
Ella niega con la cabeza,
y el perturbado introduce más adentro su pene, haciendo que ella explote en un
ataque de tos.
La tumba con brusquedad en
el suelo, en el frío suelo. Pone sus piernas magulladas y temblorosas en sus
hombros, dejando al aire todo su sexo húmedo y dilatado.
Esta vez no necesita
colocar su falo, pues de la erección se posiciona solo. Agarra sus muñecas con
una de sus grandes manos, la otra apoyada en el hombro hace fuerza hacía él. Necesita un punto de apoyo y será el pequeño cuerpo de
la joven exhausta.
Deja reposar su cuerpo, dobla a la mujer,
haciendo que toquen rodillas y cara. Disfruta de la flexibilidad que otorga
semejante ramera.
Embiste, se introduce en
la joven de forma desorbitada, disfruta de semejante placer que es penetrar ese
cuerpo. Un cuerpo que no le pertenece.
¿Me matará? Ya no afirma,
ahora se lo pregunta.
Maldito mechero.
El hombre gime como un
oso en celo. Nota cómo su cuerpo expulsa el pecado. Cómo se corre dentro de esa
sucia ramera. Cómo recorre su interior el elixir blanquecino.
Disfruta del calor que
produce su propia hidromiel dentro de la mujer, el calor que se expande por los
muslos de la joven. El sudor cubre su cuerpo, el suyo y el de ella.
Pero aun no ha salido, no
ha dejado de penetrarla. Aún permanece dentro. No quiere dejar de disfrutar de
esa sensación.
Pasan diez minutos, lo
que a ella le parece una eternidad…y finalmente se incorpora.
Se guarda su ya flácido
pene, abrocha su pantalón y sube la cremallera.
Ella huye torpemente
hacia la pared, encogida sobre sí misma. Espera lo peor.
Él se acerca, le tira el
mechero y un cigarro, se gira sobre sus talones y comienza a andar.
Gracias por el servicio. Ahí tienes tu mechero. Fuma.
No dice nada. No
contesta. Ni siquiera le mira. Con la mano temblorosa enciende el cigarro y
aspira una fuerte bocanada de humo…
Une escalofrío recorre su
cuerpo, el cielo empieza a clarear y el sonido de los pájaros comienza a
escucharse de forma difusa.
Lo ve alejarse de forma
tranquila y pausada.
No hace nada, sólo fuma.
Hasta la próxima queridos.
Disfrute mucho de este texto compartido, querido Diabolik.
ResponderEliminarImpresionante. No puedo decir otra cosa. Maravilloso. Cinematográfico, visual, con un ritmo in crescendo hasta el jodido clímax, una tensión que hace que te excites, te empalmes (o te mojes), y que te atrapa como la miel a las moscas, deseando más y más. Perverso, perturbador, violento, políticamente incorrecto, sucio, pegajoso, claroscuro, en blanco y negro, lleno de grises, de luces y sombras... Brutal, sin concesiones, con frases y golpes de efecto como puñetazos, auténtico... Escrito desde las tripas, visceral, con semen, flujo, lágrimas, sudor y sangre. Horneado con ese fuego que da título a este relato oscuro. Así es como se cocinan las obras maestras. Enhorabuena, srta. Acid. Siga superándose a sí misma para nuestro más puro deleite, por favor.
ResponderEliminarUsted siempre tan halagador querido Diabolik. Se agradece critica de tal envergadura. Espero poder seguir perturbando sus momentos de lectura. Un cálido beso.
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